lunes, 23 de abril de 2018

23 de abril


          La princesa no tenía ni idea de qué hacer ante aquella situación imprevista. El dragón estaba muerto tal y como decía la historia, pero, en vez de un héroe salvador, había tres: Jordi, Jorge y George. La sangre del lagarto gigante todavía no había florecido cuando los tres se acercaron corriendo a la joven. 


          —¡Princesa! ¿Estáis bien? —Jordi se adelantó antes de que los otros dos pudieran mediar palabra.


          —¡Anda, pero si habla español y todo! —dijo sorprendido Jorge, quien de repente dejó de prestarle atención a la mujer a la que acababa de rescatar.


          —¡Pues claro! Aquí el que solo habla…


          —¡Basta! —interrumpió la princesa mientras se levantaba ligeramente la falda para dar un pisotón en el suelo—. ¿Y si en vez de discutir me explicáis qué está pasando aquí? He vivido esta historia un millón de veces y ninguna de ellas he sido rescatada por tres personas, así que contadme, ¿quienes sois, impostores? 


          Ante el arrojo de la mujer, los tres héroes se quedaron tan sorprendidos que no se atrevieron a mediar palabra. Ella, viendo cómo se acobardaron, se preguntó a qué clase de dragón se habían enfrentado si la temían más a ella que a la bestia. 


          —Vamos, no seáis tímidos —dijo más calmada—. Presentaos ante vuestra princesa. 


          —Yo soy Jordi —una vez más, el caballero catalán se adelantó—. Y soy quien lleva rescatándoos desde 1436, momento desde el cual cada año es tradición en Catalunya que los hombres regalen rosas a las mujeres a las que aman.


          —Yo soy Jorge —dijo, sacando pecho mientras miraba de reojo a Jordi—. Y gracias a mi idioma se recuerda este histórico día como el día del libro en todo el mundo, ya que se conmemora la muerte del grandísimo Cervantes y de Inca Garcilaso de la Vega —George tosió descaradamente—. ¡Ah! ¡Y de Shakespeare, que no se me olvide! 


          Tras cada presentación, la princesa se arrepentía un poco más de haberles obligado a hablar. Suspiró y miró fijamente al único hombre que todavía no se había presentado.


          —¿Y tú quién eres?


          El hombre se sorprendió un poco al ver que la dama se dirigía a él.


          —¿Yo? —en su voz se podía notar un acento británico muy marcado—. Yo solo he venido porque Jorge me ha dicho que viniera para intentar desacreditar al “calatufo”.


          —¡Catalufo, pedazo de alcorn…!


          De repente, detrás de la princesa surgió una luz muy intensa que cegó a los tres supuestos héroes. Todos estaban seguros de saber qué estaba pasando: por fin iba a aparecer la rosa de la sangre del dragón. La princesa, por su parte, estaba encantada de que algo interrumpiera aquel despropósito. 


          Para sorpresa de los cuatro, de la luz no surgió una rosa. O al menos no solo eso: de la sangre del dragón surgió un hombre vestido con una armadura romana, una cruz cristiana en la mano derecha y una rosa roja en la izquierda. 


          La princesa fue la única que supo reaccionar ante aquel nuevo imprevisto.


          —¡Por favor, que alguien le dé algo de beber al guionista! —gritó mirando a las nubes—. A ver, alma de cántaro —dijo, dirigiéndose esta vez al misterioso soldado romano—. ¿Y tú quién demonios eres?


          El hombre dio un paso al frente, se sacudió los restos de sangre de la sandalia y se dispuso a hablar. 


          —Yo soy San Georgios de Capadocia. El hombre en el que se basó Iacopo da Varagine para escribir vuestra historia y, sinceramente, no recuerdo matar a ningún dragón. Aunque pensándolo bien, tampoco recuerdo haberme sacrificado en nombre de Dios —dijo mientras dejaba caer la cruz que aguantaba en la mano derecha—. Por otra parte, me ha parecido más que interesante la parte en la que los hombres catalanes regalan una rosa a la mujer que aman. No soy catalán, princesa, pero ¿aceptaríais este regalo?


          La cara de la princesa al ver como el soldado se arrodillaba ante ella para ofrecerle la rosa mezclaba el asco y la vergüenza ajena. Harta de aquella situación, decidió tomar cartas en el asunto.


          —¡Basta! ¡Me largo de aquí, panda de gañanes! Ahí os quedáis vosotros con vuestros egos, vuestras identidades y vuestras malditas rosas. Por cierto, me llamo Cleodolinda, dato que ninguno de vosotros se ha molestado en preguntar. 


          Sin dar tiempo a que nadie mediara palabra, agarró la cola del dragón y, haciendo alarde de una fuerza sobrehumana, se echó a la bestia a la espalda y se lo llevó a rastras. 


          —Espero que este lagarto muerto siga echando fuego, porque creo que necesito un cigarro…

2 comentarios:

  1. Muy bueno,la princesa moderna desmitificando el mito.Mucho impostor es lo que hay!!

    Me gustó.Sobre todo el final...:)

    Saludos

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    1. Muchísimas gracias por tu comentario. No te imaginas lo mucho que anima ver actividad por aquí abajo ^^

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