A Faddei le temblaban las piernas, el pulso y el
alma. Le daba la sensación de que la columna de hormigón sobre la que se
apoyaba para no caerse estaba hecha del mismo material que su valentía:
gelatina. Estaba muerto de miedo y a dos
disparos de mearse encima. Además, el mismo terror que gobernaba su cuerpo le
impedía abrir los ojos y darse cuenta de que el arma que sujetaba no tenía el
seguro puesto y apuntaba a su barbilla