Cinco horas de
sueño. Me froto los ojos, salgo de la casa y me agacho para recoger mi ejemplar
enrollado de The Washington Post de debajo de una azalea. Nunca sé dónde
lo encontraré; el que lo lanza nunca va más allá de la primera base. A este
paso va a tener que gastarse el sueldazo de repartidor en arreglarme todas las
plantas que tanto trabajo le cuesta mantener a mi jardinero colombiano.
Vuelvo al calor
del hogar mientras me cierro la bata y resoplo ligeramente. Como cada mañana,
el disgusto de ver otra planta estropeada por culpa de un niño devorado por el
acné me quita las ganas de leer que han fallecido 5 personas en un accidente de
tráfico, o que otra estrella de la “música” actual ha muerto por sobredosis de
ego. Suficientemente mal lo paso viendo al pobre Javier quejándose en español
del jefe tan esclavista que tiene. No sabe que podría ser peor, también podría
contratar a su esposa como chacha y amargarle también la existencia a ella a
cambio de cuatro perras, pero no lo hago porque me pone nervioso su acento.
Me acerco a la
cafetera y me preparo un carajillo largo de whisky para intentar aligerar el
peso de mis párpados, que ahora mismo debe rondar la tonelada y media. Por
suerte, es sábado y no tengo que trabajar demasiado, pero me gusta estar
despierto por casa cuando Javier ronda, así me aseguro de que me insulta en voz
baja y los vecinos no se enteran de que soy un “pirobo malparido”.
Me tumbo en el
sofá, café con “vitaminas” en mano, cojo mi ordenador portátil y repaso mis
redes sociales. Tengo un mensaje privado de la esposa de Javier, me pregunta
que si me gustó el café que me regaló, también me pide que no se lo diga a su
marido, que él no sabe nada, pero que ella está muy agradecida por haberle dado
un trabajo tan honrado a su marido y que si necesito alguien que me limpie la
casa cuente con ella. Sonrío ligeramente, me froto una vez más los ojos, ya
que el carajillo aún no ha hecho efecto, y le contesto educadamente que es el
mejor café que he probado nunca, y que su marido hace un trabajo estupendo
arreglando los desperdicios del repartidor. Siempre ignoro sus solicitudes de
trabajo para no darle una negativa, pero quizás algún día tenga más tiempo
libre y le encuentre alguna utilidad.
Abro una página
web de humor que siempre me alegra las mañanas, pero por desgracia hoy toca un
especial de chistes de chinos. No soporto los chistes racistas.
Me gusta. Me gusta la forma de escribir. Este relato podría desencadenar en uno erótico. Piénsalo, xD
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