Jennifer
se paró en seco y no dijo nada, ni siquiera adoptó una postura más natural que
la que tenía cuando la desafié. Sabía que estaba cabreada y sabía que ese
silencio no se iba a romper de forma calmada. Me iba a caer un sermón y yo
tenía ganas de saber cuál. Finalmente, al cabo de pocos segundos se giró. Sus
ojos, para mi sorpresa, estaban tan llenos de lágrimas como de ira.