Jennifer
se paró en seco y no dijo nada, ni siquiera adoptó una postura más natural que
la que tenía cuando la desafié. Sabía que estaba cabreada y sabía que ese
silencio no se iba a romper de forma calmada. Me iba a caer un sermón y yo
tenía ganas de saber cuál. Finalmente, al cabo de pocos segundos se giró. Sus
ojos, para mi sorpresa, estaban tan llenos de lágrimas como de ira.
—¡¿Que aproveche?! ¿Que aproveche
para qué? ¿Eh? ¿Para decirte que ya era hora de que alguien usara de nuevo esa
puta cama? ¿Para decirte que despiertes de una puta vez y superes ya la muerte
de mamá? ¡Llevas cinco años tirando tu vida a la basura y no haces otra cosa
que beber, fumar y oler vuestras fotos! —En ese momento las lágrimas se
convirtieron en llanto y sus labios empezaron a temblar—. No, no es casualidad.
Elegí a ese tío para que abrieras los putos ojos. ¡Estoy harta de cuidar de ti
para que tú sigas autodestruyéndote!
Yo
me quedé inmóvil. Ni siquiera parpadeaba. No sabía cómo asimilar aquella información.
Era demasiado para mí. El calor de una lágrima recorriendo mi cara me sacó de
aquel trance justo en el momento en el que Jennifer se iba del dormitorio, pero
mi cuerpo no reaccionó y no pude evitar que se fuera.
Habían
pasado varios minutos y yo había recuperado, al menos parcialmente, el control.
Me senté en la cama y rompí a llorar mientras mi cabeza seguía aturdida por
toda aquella información.
¿Qué clase de mente macabra le haría eso a su
padre? No me dolió que mi hija se acostara con un tío igual a mí, me dolió el
recuerdo de las noches que pasé con mi esposa en esa cama. ¿Debería llevarla a
un psiquiatra? Todavía la oigo llorar en su habitación. Soy un egoísta, me
centré en mi dolor sin pensar en el suyo. ¿Debería quitarme de en medio? Yo
debería haber cuidado de ella y no ella de mí. Llevo meses tosiendo sangre y ni
se lo he dicho.
Mi
mente no paraba de repetir aleatoriamente ideas de ese tipo, sin conexión
alguna entre ellas. Tras un espacio de tiempo que no sé determinar, levanté la
cabeza y me vi reflejado en el espejo. Tenía los ojos rojos e hinchados y
además de las lágrimas que esperaba encontrar, descubrí que mi rostro estaba
completamente untado en sangre. Ya me había olvidado de que me acababan de romper
la nariz.
Salí
de mi habitación mucho más calmado y me dirigí silenciosamente al baño. No
sabía qué hora era y ya no oía a mi hija llorar, así que pensé que podría
haberse dormido. Al volver a ver mi aspecto me sobresalté de nuevo, así que
procedí a lavarme bien la cara con agua. Al ser más consciente de la rotura y
no estar tan alterado, lavarme la cara se convirtió en una tarea más difícil de
lo que pensaba debido al dolor.
Estaba
empezando a sacar las vendas y el yodo para curarme cuando oí los pasos
descalzos de Jennifer. Se dirigía hacia mí. Me puse un poco tenso, ya que no
sabía si quería verla en ese momento. Tampoco sabía si debía verla en ese
momento. Esperé pacientemente a que llegara mientras empezaba a curarme y, en
el momento en el que suponía que su imagen aparecería en el espejo, se quedó
fuera y oí cómo su espalda se arrastraba hacia abajo por la pared hasta
sentarse. Supuse que ella tampoco sabía si quería verme y, aunque estaba
bastante inquieto, seguí curándome.
Pasaron
varios minutos y yo ya estaba a punto de terminar. Ambos sabíamos que se
acercaba el momento en el que tendríamos que mirarnos a la cara y asumir todo
lo que había pasado.
—Papá
—dijo, casi susurrando antes de que me diera la vuelta—, ¿estoy loca?
—No,
mi vida —contesté, más seguro de lo que me esperaba—. Tu único problema es que
has tenido un padre de mierda.
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