sábado, 16 de noviembre de 2013

Maldito bastardo (Parte 1)




Eran las tres de la madrugada de un lunes, posiblemente el peor lunes que jamás pasaría en su vida. Tom llevaba diecinueve horas despierto y el sueño apretaba, pero no podía dormir por varios motivos: Uno de ellos era que estaba de pie. Otro motivo era que tenía las manos clavadas a una pared por unas puntas metálicas con un grosor del tamaño del puño de un bebé, y estaba atado con los pies juntos. Pero el motivo más importante para él era que no estaba solo.



—No sabéis cuándo molestáis a alguien ¿eh? —Tom intentó levantar la cabeza, pero le era imposible. A esas alturas, debido al agotamiento y la pérdida de sangre, lo único que le mantenía alejado del suelo eran los clavos que atravesaban sus manos —. ¿Qué hora es? Deben ser ya más de las dos y yo me he levantado a las ocho. Dejadme aquí clavado si queréis, pero dejadme dormir un rato. 



—¿Con quién te crees que estás hablando, chaval? —Uno de ellos se dignó a contestarle mientras le apuntaba con su pistola al muslo derecho —. Nosotros somos los que damos órdenes aquí. ¡No nos hagas perder más el tiempo si no quieres morir!



Un segundo más tarde se oyó un disparo y el cuerpo del matón cayó al suelo, justo  en frente de Tom, en el punto exacto para que pudiera ver como la bala había hecho estallar la mitad del cráneo de la persona que hacía pocos segundos le había amenazado con matarle.



            Tom no pudo aguantarse y se rió entre dientes:



–Ya me parecía a mí que este tío era un cabeza hueca. 



Durante dos segundos reinó el silencio, parecía que los matones no se atrevían a moverse. La calma se rompió cuando un hombre de mediana edad y cabello plateado, vestido con un traje aparentemente caro de color gris y un colgante de oro se acercó a Tom con paso ligero.



Cuando estuvo lo suficientemente cerca, agarró a Tom por el pelo levantando su cabeza hasta la altura de sus ojos, y sin pensarlo ni un segundo le endosó la pistola en la boca. Tom no pudo evitar el intento inútil de gritar al notar el calor de un arma recién disparada en su paladar. 



–Se acabaron los chistes, maldito bastardo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario