lunes, 9 de diciembre de 2013

Guerra, amor y remordimientos.



Ahí estaba, en la cima del acantilado donde solía ir con sus amigos cuando eran niños, quieto como una piedra, pensando. Todos ellos habían pasado muy buenos tiempos en aquella cima. En aquel entonces Roberto se pasaba el día persiguiendo a Estrella y llamando su atención de la única forma que se le ocurría: molestándola.



—¿Debía darse cuenta de que era porque estaba enamorado de ella?—Pensó —. No importa, ahora todos están muertos.