jueves, 16 de noviembre de 2017

Despiértame, por favor



Era miércoles. Yo creía que era jueves, pero era miércoles. Chucky, aparentemente menos remolón que yo, se las apañó para subirse a la cama y empezó a lamerme la mejilla. Yo en ese momento estaba soñando que me golpeaban en la cara con lonchas de jamón cocido, pero eso no es importante. Cuando finalmente abrí los ojos, medio confuso, me sorprendió verle allí arriba, ya que hacía poco había estado muy malito, y le empecé a dar arrumacos. Para mi sorpresa, mi querido compañero no quería mi amor; se escabulló de entre mis brazos y saltó corriendo para traerme su comedero y empezar a dar golpes con él contra el suelo.


Me tomé cinco minutos para mentalizarme de que tenía que salir de la cama y finalmente me levanté. Después del alboroto que había montado Chucky, no me quedaba otra que satisfacer sus necesidades primero, así que le cambié el agua y le llené el cacharro de comida. Daba tanto gusto verle comer que tenía la sensación de que no estaba disfrutando la vida tanto como él. 


Tras realizar los básicos matutinos, volví al dormitorio para cambiarme y vi que el led de notificaciones de mi móvil parpadeaba, así que me senté en la cama y…


—Mierda. 


No era jueves. Yo creía que era mi día libre, pero no, era miércoles. Eran las once de la mañana del miércoles y todavía estaba en calzoncillos. Cinco llamadas perdidas de mi jefe corroboraban lo jodido que estaba. También, en el grupo de Chatsapp del trabajo, tenía más de 200 mensajes en los que mis queridos compañeros hacían chistes sobre qué me podía haber pasado: “Seguro que se ha tomado un sorbito de café y lleva horasrevolcándose por el suelo”. “Me juego tres donuts a que ha empezado a mezclarla leche sola y ha entrado en un bucle infinito”. Me hicieron sentir muy querido. Cabrones. 


Me vestí lo más rápido que pude y ni me despedí de Chucky porque el muy listo se había puesto a dormir después de comer. Nada más llegar, ignorando las risitas de mis compañeros, me dirigí al despacho de mi superior a disculparme, pero no me dio tiempo a abrir la boca. 


—¿Todo bien? —Empezó, sin apartar la mirada del papel en el que estaba escribiendo. 


—Sí, señor, le prometo…—sin dejarme acabar la frase y peinándose con los dedos el gran mostacho blanco que llevaba con orgullo debajo de la nariz, el hombre siguió hablando. 


—Sé que últimamente has estado trabajando muy duro en el caso Polaroid y que insistes en que no te aparte de él, pero si quieres que siga confiando en ti y en que tu integridad física, mental y moral siguen intactas, vas a tener que pasar por el aro. 


En ese momento se podía ver en mi cara lo descolocado que me sentía, de hecho, cuando el comisario principal finalmente me miró directamente a los ojos, sonrió y soltó una pequeña risa aspirada.


—¿A qué se refiere, señor? —pregunté, por fin.


—¿Cuánto hace ya que dejaste de tomar café? ¿Tres años? ¿Cuatro? Creo que no llevabas ni un año aquí cuando sucedió aquello, así que no debo andar muy equivocado —Mientras decía eso, no paraba de darle golpecitos al escritorio con la base del bolígrafo. 


—Hizo cuatro años hace poco, así es. ¿Ha pasado algo? ¿Ha salido de la cárcel aquella chiflada? —Me estaba volviendo loco, no tenía ni idea de qué había pasado ni de a qué se refería con pasar por el aro. 


—De hecho, salió hace unos meses, pero no me refería a eso —una vez más, el comisario principal empezó a acariciarse el bigote con la yema de los dedos—. Creo que es el momento de que vuelvas a acercarte al café. A uno que en este caso tampoco podrás beberte. 


—No se preocupe, señor, en caso de que dar un sorbo perdería algo más que la dignidad —dijo una voz femenina que provenía de la puerta que tenía detrás.


Cuando la oí todo cobró sentido. El comisario principal quería adjuntarme a una compañera, y esta no me caía especialmente bien.


—Melanie…—susurré mientras fruncía el ceño y me frotaba las cejas con la mano.


—Oficial Vargas para ti, sombrerito —me corrigió mientras se ponía a mi lado y me quitaba el sombrero para ponérselo. 


La oficial Vargas había llegado a nuestra comisaría hacía aproximadamente cuatro años para hacer una sustitución: la mía. Cuando volví a mi puesto a las pocas semanas, la comisaría ya no era la misma. Su piel color café, sus ojos miel y sus caderas se habían adueñado de todo y de todos, aunque lo que más me dolió fue que se apropiara de mi despacho y, aunque odiaba admitirlo, eso no lo consiguió a golpe de cadera. Durante ese periodo, no solo se encargó de fulminar en una semana todo el papeleo que se me había acumulado, sino que también demostró ser brillante en todos los campos. Dada su eficiencia, su sustitución se convirtió en un puesto fijo, igual que el despacho que le asignaron. Eso me dejaba a mí como a un segundón. Un segundón con un despacho muy pequeño. 


La miré fijamente y entendió el mensaje. Dejó escapar un pequeño suspiro de condescendencia acompañado de una ligera sonrisa, y me devolvió mi prenda sin mirarme.


—No quiero cuestionar sus órdenes, señor, pero ¿por qué? —dije, sin darme cuenta de que acababa de contradecirme, mientras me acercaba poco a poco al escritorio de mi superior— Si es por haberme quedado dormido, le prometo que no volverá a ocurrir. Ha sido una pequeña confusión de horario. 


—Si te sirve de consuelo, había tomado la decisión antes de que llegaras tarde. Tres horas tarde, por cierto —Mientras hablaba, el hombre, junto con su enorme bigote blanco, se movió hacia nosotros y se apoyó en el escritorio con los brazos y las piernas cruzados—. Aunque el hecho de que te desagrade la idea hace que me guste como castigo, creo que es algo necesario. Por ahora acostumbraos el uno al otro y sabed dos cosas: que uno de los motivos que me han llevado a esto es que os unisteis al cuerpo por motivos parecidos y que compartiréis el despacho de la oficial Vargas. Creo que ambos estáis bastante familiarizados con ese sitio, así que espero que no haya ningún problema. Ahora a trabajar.


La oficial Vargas me miró y, una vez más, soltó un suspiro de condescendencia.


—Vaya, vaquero, parece que vas a recuperar tu ansiado despacho. 


—Los vaqueros no llevan sombreros de fedora —le contesté mientras me daba la vuelta para irme—. Esa va a ser la primera lección que aprendas trabajando conmigo. Por cierto —me paré—, ¿puedo empezar a llevar las cosas hacia nuestro despacho, compañera? —le dije con un retintín deliberadamente exagerado. 


—No estés tan contento, Billy el niño —me contestó mientras se acercaba a mí para finalmente apoyar su brazo en mi hombro—. Me tomo muy en serio mi trabajo, y ahora que somos compañeros no pienso poner mi vida en manos de alguien en quien no confío, así que para conocernos mejor… —En ese momento se separó de mí, se puso casi de puntillas y con una sonrisa de oreja a oreja y las manos juntas siguió hablando— ¡Esta noche nos vamos de copas!


Tras oír aquella terrible noticia, volví a frotarme las cejas con los dedos y suspiré profundamente con los ojos cerrados. En aquel momento hubiera dado cualquier cosa para que me volvieran a golpear en la cara con lonchas de jamón cocido y despertar de aquella pesadilla con la cara llena de lametones de Chucky.

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