sábado, 29 de septiembre de 2018

Sr. y Sra. Schmidt

          Eran las 18.45 de la tarde y, en el centro médico del Dr. Schmidt, todo iba viento en popa. Su vasto equipo de médicos de primera seguía tratando a la crème de la crème de la sociedad con una profesionalidad que no tenía rival en todo el país y su cuenta bancaria estaba un poco más llena que cuando empezó el día. Solo tenía que atender a un paciente más para poder irse a casa a disfrutar de un buen vaso de whisky escocés mientras veía el partido de la noche anterior en su recién estrenada televisión de 77 pulgadas. 


          Antes de llamar a su próximo paciente, se echó hacia atrás su larga y plateada cabellera, colocó su dedo índice en el entrecejo de sus gafas y, mientras buscaba en su libreta el nombre que debía pronunciar en voz alta, preparaba su mejor sonrisa. Cualquier atisbo de alegría que pudieran haber formado sus labios mientras buscaba el nombre desapareció en cuanto lo encontró: Wendy Schmidt, la mujer de la que se estaba divorciando.


          El doctor levantó la vista y, efectivamente, ahí estaba. Seguía como siempre, aunque notó algo distinto en ella que no supo ver.


          —¿Wendy Schmidt? Adelante, por favor.


          En un lugar de tan alto standing, todos se conocían entre sí, y eso incluía al doctor y a su esposa. Los demás pacientes en espera no pudieron evitar chismorrear y mirarla en cuanto oyeron su nombre. Sin embargo, todos se callaron al instante en cuanto se puso de pie: la mujer estaba embarazada.


          El doctor, tras ver el motivo por el cual parecía que había pedido cita su mujer, entró a la consulta y se sentó detrás del escritorio. Ella tardó poco en entrar, cerrar la puerta y sentarse también.


          —No esperaba encontrarte por aquí, Wendy —rompió el hielo él, sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador. 


          —Bueno, Pete, que nos odiemos a muerte no quita que sigas siendo mi médico de cabecera —sonrió—. Siempre me ha gustado tener lo mejor de lo mejor, como bien sabes. Y aquí estoy segura de que recibiré el mejor servicio. Sobre todo, mientras dudes sobre si el bebé es tuyo o no. 


          Peter entornó los ojos y la miró, pero rápidamente le devolvió la mirada a la pantalla. 


          —Se supone que acudes a mi centro por nuestra profesionalidad. No dejaré que nuestros asuntos personales influyan en la vida de un bebé. Sea mío o no. 


          Wendy asintió lentamente y se cruzó de brazos sin perder la sonrisa. 


          —Me alegro de que todo esté claro, entonces —dijo Peter mientras se levantaba de la silla y señalaba a la camilla—. Por aquí. Túmbate, por favor.


          Wendy se levantó poco a poco colocando la mano derecha su pequeña pero visible barriga de embarazada y, sin quitarla, se dirigió a la camilla para tumbarse. 


          Peter se colocó el estetoscopio. 


          —Levántate la camisa, por favor.


          —Vaya, ¿quién nos hubiera dicho que me pedirías algo así de forma tan educada hace unos meses? —dijo ella, riéndose. 


          Peter, notablemente incómodo, guardó silencio. 


          —¿Qué pasa? —dijo ella, frustrada—. ¿Ahora el gran médico de prestigio no sabe acatar una broma?


          Peter se quitó el estetoscopio y suspiró.


          —Soy tu médico y, espero que pronto, tu exmarido. No tu bufón. Ahora, por favor, levántate la camisa.


          Wendy resopló con desprecio y se levantó la camisa hasta la altura del pecho. Él volvió a colocarse el utensilio y colocó el diafragma sobre la barriga de su todavía esposa. 


          —¿Sabes de cuánto estás? —preguntó Peter, sin dejar de auscultar. 


          —De unos 3 o 4 meses. Es difícil saberlo…


          —Entonces supongo que no has acudido a ningún médico antes que a mí.


          —Bueno, no. No sabía sí…

        —¡Eres una inconsciente! —interrumpió él— ¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando? ¿Acaso no sabes lo peligroso que puede ser tanto para ti como para el feto?


          Wendy se levantó ligeramente y se apoyó sobre los codos.


          —¿Se puede saber dónde está el médico profesional ahora?


        —¿De verdad has venido buscando un médico profesional? —contestó el, gesticulando exageradamente—. ¿No has venido para dejarme claro que te has estado acostando con otros hombres mientras tú y yo seguíamos teniendo relaciones? Me parece que, a pesar de tu actitud provocadora, he sido todo lo profesional que podía ser. Si hubieras buscado que te atendieran de verdad hubieras pedido cita con la doctora Stevens, que es ginecóloga, no conmigo.


          Wendy se tapó rápidamente la barriga y se puso de pie bruscamente.


          —Que sepa usted, doctor Schmid, que pienso poner una queja sobre su centro —dijo ella, mientras se daba la vuelta y se dirigía a la puerta.


           —Haga usted lo que tenga que hacer, señora Schmidt, pero no se olvide de que tiene cita con la doctora Stevens mañana a esta hora. Le deseo un feliz embarazo. 


          La mujer cerró la puerta dando un portazo e, incluso con la puerta cerrada, se podía oír cómo soltaba quejas y resoplidos mientras se alejaba.


          —Me temo que durante los próximos meses voy a tener que doblar la ración de whisky…





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