Ahí estaba, en la cima del
acantilado donde solía ir con sus amigos cuando eran niños, quieto como una
piedra, pensando. Todos ellos habían pasado muy buenos tiempos en aquella cima. En aquel entonces Roberto
se pasaba el día persiguiendo a Estrella y llamando su atención de la única
forma que se le ocurría: molestándola.
—¿Debía darse cuenta de que era
porque estaba enamorado de ella?—Pensó —. No importa, ahora todos están
muertos.