No sabíamos qué hacer, estábamos atrapados
ahí, en aquellas cloacas sin poder hacer nada. Ambos agachábamos un poco la
cabeza a cada pisada que daban las tropas. Eran cientos, y cada paso que daban
parecía que iba a hacer que el techo se derrumbara sobre nosotros. Yo solamente llevaba una pequeña pistola de
mano con cinco balas en el cargador para
protegernos a mí y a Michelle. Ella no paraba de temblar, y aunque se esforzaba
por ocultarlo, al tenerla entre mis brazos era imposible no darme cuenta de que
estaba llorando de terror. Quise darle algunas palabras de ánimo, quise
prometerle que todo iba a salir bien, que al día siguiente aquello no iba a ser
más que un recuerdo, pero no pude decírselo, ya que ni yo mismo me lo creía. Ante
tal impotencia no pude hacer más que apretarla aún más fuerte contra mí y
agachar la cabeza.