martes, 24 de octubre de 2017

Purista hasta la médula



Nunca fui un purista antiandroides, tampoco es que hayan sido de mi agrado, pero acepté lo podrido que está el corazón del ser humano y seguí mi camino. Al fin y al cabo tampoco estaba en mi mano iniciar una cruzada para proteger los derechos de un “ser” que, aunque haya sido provisto de sentimientos y consciencia, no deja de ser un instrumento para satisfacer los oscuros deseos del homo sapiens sapiens. Prueba de ello son los Prosti+, que están situados justo enfrente de los prostíbulos convencionales,aunque estos últimos se han convertido prácticamente en locales exclusivos para puristas. ¿Quién iba a pagar el doble teniendo a unas mujerzuelas de caderas intercambiables? Pero yo no estoy aquí para juzgar a nadie. Como se suele decir: que tire la primera piedra aquel que esté libre de pecado. O de aceite, en este caso.



Mi cambio de opinión empezó en un súper. Todos nos reímos entre dientes cuando hay bronca en un lugar público, pero las cosas cambian cuando tú eres el objetivo de las miradas. Me incomodan mucho los conflictos, incluso cuando no me afectan a mí, así que fue uno de los momentos más incómodos de mi existencia hasta la fecha. 


Ese momento en el que coges un paquete de cereales a la vez que otra persona cambia tu mundo. En las pelis te enamoras, y en mi caso ves la mano arrugada de una señora intentando robarte el desayuno. Ante tal provocación lo único que pude hacer fue tirar, con tan mala suerte que la señora se llevó un codazo en la boca y yo unas marcas de dientes postizos en el codo. Tras recuperarse del susto y del golpe, se llevó la mano a la boca y se fue murmurando:


—Nuevos tiempos lo llaman. Estas cosas antes no pasaban. Mejor me voy, porque si no…


No quise golpearla, pero no supe reaccionar y pedirle disculpas. Antes de que pudiera volver al mundo real, un tipo con malas pintas se me acercó y me plantó un puñetazo tan fuerte en la cara que me tiró al suelo. Sin darme tiempo a reincorporarme, se paró frente a mí y empezó a gritarme:


—¡¿Se puede saber qué coño haces?! ¿De qué vas incumpliendo la ley tan descaradamente?


Dejé atrás mis miedos, escupí en el suelo para comprobar si me había mordido al recibir el golpe, y le pregunté en qué parte de la ley estaba permitido pegarme un puñetazo. El chico se rió y antes de marcharse me informó:


—Joder, ¿ahora os hacen capaces de escupir? Que incumplas una de las tres leyes me da derecho a golpearte. Aprende cuál es tu lugar si no quieres tener problemas.


Jamás lo supe. Nunca tuve la más mínima sospecha. Incluso recuerdo haber crecido como los demás. ¿Androides capaces de crecer? ¿Por qué no lo sabía? ¿Qué buscan con esto? ¿Soy el único? Fuera cual fuera el motivo, para mí no había excusa alguna. Habían llegado demasiado lejos y no iba a permitir que continuara.

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