La mujer, cuya edad real superaba los
cincuenta años por mucho, aparentaba tener poco más de cuarenta debido a
múltiples retoques estéticos. Entró al recinto vestida con unos leggins negros,
un top del mismo color, y una chaqueta de cuero rojo. Llevaba el pelo recogido
en una coleta de caballo, y en el origen de su rubia melena podían verse unas
raíces blancas como el lomo de un armiño. Además, tenía una pequeña pistola en
cada mano.
Tanto el secuestrador como el secuestrado mostraban
cierta sorpresa al ver entrar a esa mujer, a la cual ambos conocían. Ella se
adentró en la habitación esquivando los cuerpos de los hombres a los que había
dado muerte, pero sin querer pisó un pequeño charco de sangre que se había
formado.
—¿Veis? Ahora mis nuevos zapatos de tacón han quedado
inservibles por vuestra culpa… —Se apartó del charco y finalmente se posicionó
a pocos metros de los dos únicos hombres vivos que quedaban en la sala.
Mientras tanto, ellos, seguían expectantes —. Tengo algo que deciros a los dos
—Con su mano derecha apuntó a Thomas, el secuestrador —. Tú, ¿no te da
vergüenza que una vieja en tacones se haya cargado a todos tus hombres y haya conseguido
infiltrarse aquí sin un solo rasguño? —Thomas soltó un suspiro un tanto irónico
y arrogante. Ella por su parte, ignoró al hombre y apuntó con su mano izquierda
a Tom, quien cada vez tenía más dificultades para respirar —. Y a ti,
jovencito, debería cortarte los huevos por dejarte pillar por sus hombres —. El
joven, sin darle la más mínima oportunidad de que siguiera hablando la
interrumpió:
—Que te jodan vieja chiflada, seguro que todo esto es
obra tuya, igual que lo fue el asesinato de mi madre. —La mirada de la mujer
cambió. Bajó las manos, sus pupilas se dilataron y su rostro mostró
ira y desquicio.
—¡¿Cómo te atreves a decir que yo misma planeé el
asesinato de mi hija?! —De golpe, su rostro volvió a mostrar una apariencia
relajada y tranquila —. Pero te lo voy a perdonar porque has acertado la
primera parte. ¡Todo esto es obra mía! ¡Ah! Si hubiera sido menos ambiciosa me
hubiera podido convertir en una artista famosa, aunque claro, hubiera ganado
muchísimo menos dinero, y sería conocida, me gusta el dinero pero no la
fa…—Thomas, harto de escuchar las divagaciones de la vieja, se puso en frente
de la mujer, la cual dejó de hablar al ver que el hombre quería pronunciarse.
—Muy bien, Evelyn, dinos qué quieres de nosotros, y
por qué has hecho que yo y mi hijo, a quien creía muerto, nos viéramos
involucrados en ésta situación. —Thomas miró a su hijo con ojos de vergüenza y
agachó la cabeza al ver lo que había hecho con su propio vástago.
Evelyn, sin perder un segundo y aprovechando el despiste
del hombre, le apuntó en la cabeza con sus dos armas y gritó —. ¡¡Porque ahora
tengo el colgante de oro y el mapa en mis manos!! —Y justo al
terminar la frase, apretó ambos gatillos y levantó los brazos en señal de
celebración, dejando caer sus pistolas a la vez que el cuerpo de su yerno se
desplomaba contra el suelo.
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