Hellena llevaba una
semana enferma en la cama, un catarro de otoño había conseguido abrir una
brecha en su impecable record de días sin faltar al trabajo. Era una chica muy
activa, así que el hecho de estar en cama le dolía casi más que la fiebre. Ni
siquiera los fines de semana dejaba de madrugar, la diferencia era que en vez
de irse a trabajar, se ponía la ropa deportiva y salía a correr a la calle.
El lunes por la noche,
viendo que se encontraba mejor, dejó a un lado la bata, las zapatillas y las
sopitas, para coger la ropa de deporte. Sabía de sobras que no podría hacer su
rutina normal, pero aun así le apetecía salir a tomar el aire, aunque hiciera
el recorrido andando.
Cuando abrió la puerta
a la calle una ventisca fría golpeó su rostro e hizo que un escalofrío
recorriera su cuerpo, esto la llevó a replantearse la idea de salir, pero estaba
harta de estar en casa, así que no se lo pensó más y se dispuso a ello. Era
poco antes de media noche, el frío y la piel erizada eran los reyes de la
rambla.
Al poco rato de andar,
Hellena notaba como la humedad del ambiente y los mocos que seguían negándose a
abandonarla dificultaban su respiración. Vio que si ese paseo duraba mucho rato
iba a acabar pasándole factura, y con una semana de cama había tenido
suficiente, así que agachó un poco la cabeza para meter media cara en la
bufanda cerrada que siempre llevaba, se metió las manos en los bolsillos y aceleró
el paso para acabar con la ruta lo antes posible.
Mientras iba andando le
extrañaba que la poca gente que veía por la calle no llevara la chaqueta
cerrada, ni siquiera parecía que el frío les molestara. Eso le hizo preguntarse
si parecía idiota por estar tiritando mientras el resto paseaba tranquilamente,
pero luego cayó en que el hecho de que sintiera tanto el frío se podía deber a
que aún no se había recuperado del todo.
El hecho de pensar en
aquello hizo que empezar a darle vueltas a sus cosas, en las ganas que tenía de
volver a ver a sus compañeros de trabajo y poder tomar de nuevo sus rutinas
diarias, y en poder volver a tomarse aquel café con sabor a óxido que tanto
odiaba al principio, pero que con los años se había convertido en una parte irremplazable
de su vida.
En el instante en el
que ya prácticamente no sentía el frío debido a lo metida que estaba en sus
pensamientos, un pajarillo negro sobrevoló la cabeza de Hellena. Lo primero que
pensó fue que seguramente sería un cuervo, pero en aquella zona no había
cuervos, cosa que le extrañó. No volaba muy rápido y parecía seguir el mismo
camino que ella así que aceleró el ritmo para intentar ver de qué clase de ave
se trataba.
Habían pasado varias
calles ya y el pájaro seguía el mismo recorrido que ella había planeado seguir.
A esas alturas la joven había tenido tiempo de fijarse en el pájaro, así que
estaba prácticamente segura de que era un cuervo, cosa que hacía que le siguiera
con más ganas. Quería saber qué diantres se le había perdido a uno de esos en
la zona.
Pocos metros más
adelante el animal tomó una curva inesperada que se salía de la ruta de
Hellena, así que la muchacha salió corriendo para intentar ver hacia dónde se
dirigía antes de perderle definitivamente de vista.Poco se esperaba la chica
que al asomarse en aquella calle se iba a encontrar el cuerpo inerte de una
mujer, una mujer cuyo rostro era exactamente igual que el suyo.
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