Corría el año 1491, corría tan rápido que, de hecho,
pasó como un rayo y de golpe y porrazo era 1492. Colón se guardaba la cola, que
no el colón, de nuevo en sus pantalones y se colocó frente al espejo. Al
mirarse se dio cuenta de había escondido la cabeza de tortuga antes de tiempo.
—Vamos a ver, guapetón, te vas a presentar ante el
amor de tu vida, que además de ser la reina de tu corazón, es la reina de
Castilla, y le vas a pedir tres barcos y varias decenas de maromos pa’ irte de
excursión y ver qué encuentras. ¿Con este aspecto?
El hombre se puso serio de golpe y juntó su dedo
índice con el de su reflejo.
—¡Qué desfachatez! Presentarse ante la mujer más
poderosa del mundo con el sombrero torcido y la marca de la vergüenza en el
pantalón no solo me deshonraría a mí, ¡también deshonraría a mis anfitriones!
En su cabeza algo hizo clic. O clac. O lo qué fuera
que hicieran las cabezas de aquella época.
—¡ANFITRIONES! ¡Es cierto! No solo estará presente mi
amada Isabel. También lo estará su marido, ¡Fernando! Debo hacer todo lo
posible para que no se de cuenta de mis sentimientos por su esposa —uno de sus
ojos desvió suavemente la mirada hacia el dedo con el que tocaba el espejo— ¡Y
también debo dejar de señalar! A ver si me van a recordar más por esta manía
que por mis logros. ¡Válgame dios!
El futuro capitán se acicaló, se cambió de pantalones
(no sin antes secarse bien la puntita), se puso el sombrero en su sitio, y se
presentó ante los Reyes Católicos
Para sorpresa de Cristóbal, cuando entró en la sala,
lo que se encontró no fue la reunión íntima que esperaba. Aquello parecía más el
bautizo de un miembro de la familia real que la petición de permiso para una
expedición. Gente emperifollada a la que no conocía llenaba la habitación. Pero
a él en el fondo le daba igual. Iba a ver a la dueña de sus sueños, a su razón
de vivir, a Isabel.
Por alguna razón, cuando divisó a su amada al fondo
de la sala del trono, su cabeza empezó a fantasear sobre un futuro idílico en
el que ambos reinaban Castilla y se amaban públicamente. En ese sueño, ella era
el ser más tierno del mundo y le consentía con caricias y besos. Él, gracias a
su amor correspondido dejaba libre a su poeta oculto y le dedicaba versos: “Joder,
Isa, te quiero de aquí a Pisa”.
En medio de aquel trance onírico, los pantalones le
empezaron a apretar más de la cuenta y tuvo que volver al mundo real. Efectivamente,
la cola de Colón se estaba convirtiendo en un colón y tenía que hacer algo para
disimularlo. Aprovechando que se encontraba ante los reyes, se puso de rodillas
y fingió solemnidad y respeto. Para su sorpresa, la reina se levantó del trono
y le ofreció su mano para que la besara. Nuestro duro amigo dudó un instante y
cerró los ojos, ya que sabía que si tocaba a su amada su elevación no bajaría.
Cuando finalmente levantó la mirada y agarró la mano
de su reina, lo que vio destruyó todos sus sueños de amor y sus esperanzas de
futuro. Ante sus ojos tenía, vista desde abajo, a una mujer con una enorme
papada que miraba fijamente con la mirada impactada el bulto que se asomaba en la
entrepierna del futuro capitán.
Con la hinchazón bajada y sus sueños de amor rotos
debido a una papada, Cristóbal Colón solo tuvo que convencer a Fernando sobre
la inversión que suponía su expedición, ya que, por algún motivo, Isabel estaba
convencidísima de que valía la pena. No hace falta decir que también fue ella
quien insistió en que el mismo capitán liderara los próximos viajes a las Indias…
Interesante cambio de la historia,con humor incluido.
ResponderEliminarMe alegra haber encontrado tu blog de relatos.Soy aficionado a ellos (a leerlos y a escribirlos).Quedas invitado a visitar el mío cuando lo creas oportuno.
https://relatosycuentosjg.blogspot.com.es/
Saludos